Estoy convencida de que la cosa más sabia que podía haber hecho Ingrid Betancourt --y que, como todos nos enteramos, no hizo-- era declarar un prudente y sabio silencio ante la prensa y disfrutar de su familia por al menos un mes, el tiempo justo para restablecerse, formarse una idea de lo que ha ocurrido durante su ausencia, hablar con sus familiares y luego surgir consecuentemente. Me sorprende y molesta esta vehemencia logorréica que ha caracterizado su primera semana de libertad. Me sorprenden sus declaraciones que, según un análisis no dictado por la compasión y el “buenismo”, parecen demasiado apresuradas. Todos nosotros sentimos pena por el aspecto humano y doloroso que ha caracterizado su vicisitud; la lejanía de sus hijos, la reclusión en condiciones seguramente nada fáciles. Claramente consideramos inaceptable el secuestro cómo práctica de lucha revolucionaria. Pero nosotros, que con escritos, artículos, movilizaciones, llamados y solidaridad con las víctimas silenciosas y olvidadas de una guerra civil que no cesa desde hace casi medio siglo, nosotros que trabajamos para que sobre Colombia no baje el silencio rigurosamente impuesto por las multinacionales de la información, tenemos ahora más que nunca el deber de recordar que en Colombia se cometen contínuamente crímenes y barbaridades desde “la parte legítima” del país.
La misma que ahora aparece a los ojos del mundo como paladín de las libertades cíviles por restituir a Ingrid Betancourt su vida. Nosotros, coherentes con nuestras posturas, no podemos aceptar, por ejemplo, que un presidente corrompa a una diputada comprando su votación para la reelección. Coherentemente con nuestras posturas, no podemos aceptar que en lo que se hace llamar una democracia se pongan uniformes de la guerrilla y se mate a ciudadanos inocentes para testimoniar el éxito de la política de gobierno de Seguridad Democrática, o que se utilicen sus cadáveres cómo comprobante de gasto ante el Congreso de Estados Unidos.
No podemos aceptar y callar el hecho de que en Colombia la Fiscalía está investigando sobre la desaparición de 15 645 personas, de las cuales el 97% de las denuncias se dirigen contra los paramilitares y agentes del Estado, y solamente el 3% contra la guerrilla. De estas, 1 259 denuncias de desapariciones forzadas se refieren al periodo comprendido entre el primer mandato de Uribe y la mitad del año 2007.Y por eso, coherentemente con nuestras posturas --siempre expresadas con fuerza y determinación--, por todas esas razones, no entendemos por qué Ingrid Betancourt, que en el momento de su secuestro estaba al pie del cañon en la lucha contra la corrupción en Colombia y favorable al diálogo con la guerrilla, una vez liberada diga que “Uribe ha sido un buen presidente” o que “los colombianos eligieron libremente a Uribe”, o el “por qué no?” que se le escapó comentando la oportunidad de al menos un tercer mandato del presidente colombiano.
Son declaraciones fuertes y llenas de sentido político. Qué se podía esperar, por lo tanto? Decir que Felipe Calderón, presidente de México, puede ser de gran ayuda a Colombia para la liberación delos rehenes es una afirmación grave e imprudente. No creo que Ingrid Betancourt no sepa nada de lo ocurrido en Oaxaca hace dos años; no creo que Ingrid Betancourt no conozca la grave situación de violación de los derechos humanos en México, a tal grado que hasta los Estados Unidos condicionaron sus ayudas a la Iniciativa Mérida al respeto de ellos. Y si Ingrid Betancourt no sabía todo eso, hubiera hecho mejor en callarse e informarse primero.
Es difícil pensar que ella, en la selva, no estaba al tanto de lo que ocurría en el país y en el exterior. Ella tenía acceso a la radio cada día y hasta estaba informada sobre el cabezazo de Zidane a Materazzi, imaginémonos si no sabía que el segundo mandato de Uribe está en riesgo de ser juzgado ilegal. Imaginémonos si la guerrilla, si los jefes carceleros de los rehenes --con uno de los cuales Ingrid admitió tener una intíma amistad-- no comentaban entre ellos y hasta con ella los escandálos casi diários de la parapolítica donde hay casi 70 parlamentarios investigados y 30 en la cárcel por diferentes delitos y vínculos con el paramilitarismo.
Entonces, si es verdad que nadie tiene el derecho de juzgar y condenar a quien ha pasado seis años como prisionera en la selva, alejada del cariño de los suyos, pensando día tras día en sus hijos, es también verdad que existen responsabilidades bien ciertas cuando uno decide revestir un rol público y político. E Ingrid Betancourt asume también ahora el rol de "paladín de los derechos del pueblo colombiano" como lo había asumido antes de ser secuestrada, dejando imaginar o postulando una próxima candidatura presidencial, y aún más declarando querer hacer de la liberación de los demás rehenes de la guerrilla su batalla.
Pero va a ser una batalla política, no militar, la que tendrá que conducir --ha declarado Ingrid que desearía ser un soldado más del ejercito colombiano--; política, porqué en Colombia los rehenes en la selva no están jugando al ajedrez. El hecho de estar ella misma prisionera por seis años, el hecho que están otros rehenes desde hace más tiempo todavía (recordamos al hijo del maestro Moncayo, secuestrado desde hace 10 años), el hecho que en las cárceles colombianas están centenares de guerrilleros en condiciones ciertamente no mejores de las que están los rehenes de las FARC, es una clara demostración, también para los que menos saben de la realidad de Colombia, de que en el país se está desarollando desde hace tiempo una guerra. Y para rescatar a los rehenes producto de una guerra hay que ser soldados o políticos.
Qué puede hacer Ingrid Betancourt una vez quitado el casco militar que le pusieron en la cabeza en el avión que la estaba llevando a la libertad? Una vez terminado el concierto en París donde cantará con Miguel Bosé, Manu Chao y Juanes; qué hará Ingrid Betancourt por todos los rehenes que todavía siguen prisioneros en Colombia? Y tiene claro ella que liberar a los prisioneros quiere decir también mediar por un Intercambio Humanitario, buscar una solución que no sea llevar diez mil hombres a pudrirse en una cárcel, o peor, a ser descuartizados por la represalia de las motosierras de los paramilitares?
Tiene claro Ingrid Betancourt que existe la guerrilla porqué existe conflicto social, y existe conflicto social porque hay injusticia, pobreza y represión? Parecería que sí; si declaró que mientras Uribe entiende el problema de Colombia vinculado a la seguridad y a la violencia, ella lo entiende como vinculado al malestar social que, consecuentemente, produce violencia.
Y entonces, ya que lo sabe, cómo se puede decir que Uribe ha hecho mucho por el país y que ha sido un buen presidente? Ingrid no descarta la posibilidad de candidatearse a la presidencia de Colombia, y un compañero de prisión liberado antes que ella nos cuenta de un programa electoral de 200 puntos ya listo, escrito en la selva.
Asumir una responsabilidad como ésta necesita obligatoriamete de prudencia. Quien dice no descartar la hipótesis de candidatearse como futuro presidente de Colombia no puede decir tres días después que por el momento no volverá a Colombia y no sabe cuándo volverá.
Quien se proclama líder de la batalla por la liberación de todos los rehenes de las FARC no puede decir tres días después que no puede ir a la manifestación del 20 de julio porqué teme por su vida, y entonces organiza una en la más comoda y segura Paris.
Preguntemos a Iván Cepeda, a Piedad Córdoba, al maestro Moncayo y a todos los valientes, anónimos y humildes defensores de los derechos humanos cuánto miedo tienen de luchar en Colombia, y todavía siguen haciendólo, a veces sin protección, a veces con Uribe que no los abraza como hizo con la Betancourt, pero sí los ataca a través de los medios televisivos y la prensa escrita, acusándondolos de ser simpatizantes de la guerrilla y, de hecho, condenándolos a muerte.
Le hubieramos podido preguntar a John Fredy Correa Falla, de los Comités Permanentes por la Defensa de los Derechos Humanos, si tuvo miedo cuando hace días fue asesinado por cuatro hombres armados. Él gozaba de algunas medidas de protección claramente insuficientes; él y su familia estaban amenazados por grupos de paramilitares de la zona.
Entonces me pregunto, cómo se puede hablar de liberación de todos los rehenes en la manera como lo está haciendo Ingrid Betancourt, entre una referencia a su pelo largo y otra a los perfumes y los pintalabios que le faltaron, entre un viaje a Lourdes y una audiencia papal?
Entendemos muy bien sus temores y los de su familia por claros motivos de seguridad, entendemos que las FARC ahora le puedan parecer como lo peor que haya en Colombia, y que si la hubiera rescatado Hitler personalmente lo hubiera abrazado como lo hizo con el general Montoya (controvertido personaje del ejercito colombiano vinculado con los paramilitares), pero Colombia , y eso Ingrid Betancourt debe saberlo, es un país difícil, donde se muere matados por todos los lados y donde la violencia del Estado supera la de la guerrilla y es mucho menos aceptable que ésta.
Por todas estas razones, creo que sería correcto un decoroso silencio por parte de Ingrid Betancourt. Al menos por ahora.